Museo Barranca. Perspectiva exterior, 2009.
Guadalajara no es una ciudad pequeña. De hecho cualquier conurbación que consiga dicho título en México termina por correr el mismo riesgo que afecta a la capital. Como si de una metástasis se tratara, el cáncer (“el espacio basura” en palabras de Rem Koolhaas) avanza afectando los distintos órganos hasta colonizar al cuerpo entero.
La Zona Metropolitana de Guadalajara es actualmente la segunda más extensa del país, pero como mencionara tan acertadamente Kenneth Framton “El crecimiento sin límites no hace ciudades. Es un reflejo del consumismo” y así, por paradójico que pueda resultar, la que otrora fuera el epicentro cultural del país, cuna de artistas de talla mundial no cuenta en pleno Siglo XXI con un museo de arte moderno y contemporáneo acorde a su categoría.
En 2003 la Fundación Guggenheim aceptó apoyar un primer intento para ubicar la sede latinoamericana de la franquicia en la capital jalisciense y en 2005 convocó a un concurso entre tres reconocidos estudios, Asymptote Architecture, Ateliers Jean Nouvel y TEN Arquitectos, resultando éste último como el ganador con una elegante propuesta que además de albergar el programa necesario para la correcta operación del museo funcionaba como mirador hacia su imponente enclave, la Barranca de Huentitán y a su espalda la gran urbe, coronando a la vez a una de las arterias principales cual hito luminoso reivindicando uno de los barrios menos favorecidos de la llamada Perla de Occidente.
Pero como si de una maldición se tratase, los concursos para equipamiento en Jalisco parecen nunca concretar y al final del mismo año, tras que el estudio de factibilidad arrojara la cantidad de 350 millones de dólares para realizar el centro cultural, el proyecto fue abandonado argumentando otras prioridades.
Por fortuna el tapatío es necio por naturaleza y con una locación inmejorable y el estudio de factibilidad realizado el proyecto se retomó a finales del 2009 obviando esta vez el concurso y designando directamente al despacho suizo Herzog & De Meuron para la tarea, esta vez con un presupuesto tope diez veces menor.
La propuesta de los helvéticos se emplaza justo en el parque preexistente, respetando el denso arbolado sobreviviente a la expansión urbana descontrolada, convirtiendo al museo por su condición fronteriza en un espacio inclusivo, un lugar de encuentro común entre ciudad y naturaleza entre los habitantes del oeste y los del este, históricamente segregados por la línea divisoria que representa la Calzada Independencia.
La adición de elementos fue la estrategia a seguir; salas individualizadas que se comprimen y levantan sobre soportes independientes generan intersticios a utilizar como patios que interactúan entre las salas, el bosque y el cañón.
Hacia 1943 Mies Van Der Rohe escribía un breve manifiesto para lo que debiera de ser a su pensar el museo moderno y del cual el presente ensayo toma su nombre “A museum for a small city”.
“El edificio, concebido como único y gran espacio, permite máxima flexibilidad. La estructura, que permite construir un espacio de esas características, sólo puede realizarse en acero. De esta manera, el edificio únicamente está formado por tres elementos básicos: una losa en el suelo, pilares y un forjado en la cubierta.
Bajo el mismo techo, pero separadas del espacio de exposición, se encontrarían las oficinas de administración. Estas tendrían sus propios lavabos y almacenes en un sótano bajo la zona de oficinas.
Los cuadros pequeños se expondrían en paredes autoportantes, libremente dispuestas. Todo el espacio del edificio estaría disponible para agrupaciones mayores, estimulando una utilización más representativa del museo de lo que es habitual ahora. Con esto se crea un noble escenario para la vida cívica y cultural de toda la comunidad”.
Aun cuando la propuesta de los suizos plantea varios espacios interconectados en lugar de uno único resulta sorprendente la similitud de las ideas de ambas propuestas sobre cómo debiera vivirse un espacio dedicado al arte. La cristalización de dicho manifiesto se logró magistralmente en la Neue Nationalgalerie de Berlín, y bien se podría ver al Museo Barranca como una variante del mismo esquema.
Lo interesante de ésta comparativa, más allá de intentar encontrar la etimología arquitectónica o de formular supuestas teorías sobre si el despacho suizo conocía y se basó en la propuesta de Van Der Rohe, es el reivindicar la vigencia de la forma arquitectónica moderna, entendiendo la palabra forma como “modo de hacer” independientemente de la figura que se elija para delimitar el espacio proyectado. Modo versus Moda.
Citaré a Josep Quetglas en su libro El horror Cristalizado (Actar 2001) para concluir este breve escrito:
“Nadie puede imaginar lo moderno. ¿Con qué lo pensaría, sino con conceptos del pasado? ¿Con qué lo imaginaría sino con imágenes ya vividas? Hay, incluso una contradicción esencial entre los términos “proyecto” y “moderno”. Pro-yectar: lanzar hacia adelante, pro-poner. Idéntico sentido se recoge en el término alemán: Ent-wurf, ent-werfen: sacar, arrojar. Porque, para lanzar algo hacia adelante, lanzador y proyectil tienen que estar atrás. Todo proyecto viene de atrás, sale del fondo, es un emisario del pasado.”
© Álvaro Gutiérrez García Parra. Guadalajara, Julio 17 de 2011
Museo para una pequeña ciudad. Planta, 1943.
Museo Barranca. Planta, 2009.