
[…] utilizar un material acrílico para fabricar unos cerramientos transparentes. Imaginamos una instalación que dejaba el espacio existente del pabellón de Barcelona sin tocar. Los cerramientos acrílicos se levantan libremente sobre el suelo formando una espiral silenciosa. El cerramiento rodea suavemente el espacio del pabellón y crea una nueva atmósfera. La visión a través del acrílico cambia la original con suaves reflejos que distorsionan ligeramente el pabellón.
Como ya nos tienen acostumbrados, el discurso de estos arquitectos viene despojado de cualquier pretensión retórica y más bien se nos presenta de una manera simple y casi inmediata donde queda patente una intención más que evidenciar un proceso.
En esta ocasión, dicha intención ya había sido anunciada en los inicios del pabellón por su propio autor, siendo en gran medida la generadora y formalizadora del edificio que hoy todos conocemos. Me refiero al reflejo. Estas intenciones fueron expresadas en varios proyectos predecesores al pabellón, en concreto en el rascacielos de vidrio en Berlín de 1922 donde Mies confesaba abiertamente su interés sobre el estudio de materiales con propiedades reflectantes:
Las pruebas realizadas sobre una maqueta de cristal me mostraron el camino y pronto me di cuenta de que al utilizar cristal no se trata de conseguir un efecto de luz o sombra sino más bien de lograr un gran juego de reflejos de luz.
Dichas investigaciones se “cristalizaron” por completo en el pabellón de Alemania, crisol de herencias expresionistas y de la emergente vanguardia arquitectónica alemana. Artificio de reflejos y simetrías que desconcertaba al visitante atónito de la época.
Con esto no se pretende demeritar ni poner en tela de juicio la capacidad propositiva del dueto japonés, sino por el contrario elogiar su perspicacia para entender la esencia del edificio, las intenciones originales del arquitecto y reinterpretarlas a su manera.
Lo que interesa pues, es como se trabaja la condición del límite. El qué de la intervención nos queda claro pero el cómo resulta más interesante. La manera de delimitar y conformar un espacio prescindiendo casi por completo de la materia resulta excitante.
Quimera. Si bien es inconcebible pensar una arquitectura sin materia, Sejima y Nishizawa lo largo de su obra coquetean con este paradigma y constantemente llevan al límite esta cuestión. En diversos proyectos nos dejan claro ese interés por disociar al cerramiento de cualquier carácter de robustez o gravedad incluso aún cuando estos mismos funcionen como estructura, y más bien apuntan a una búsqueda de un espacio más dinámico, herencia evidente de la arquitectura tradicional nipona.
En este sentido la instalación se asemeja a la intervención de Mies para el pabellón de la seda de Berlín en la exposición de la moda de 1927 (curiosamente también un pabellón dentro de otro) donde finas cortinas de seda suspendidas de la estructura del edificio principal, recintaban con sus formas curvilíneas los espacios dedicados a la exposición. Un límite totalmente definido y sin embargo, casi inexistente materialmente hablando.
Deben ser los atributos formales más que aquellos materiales, los valores con los que el arquitecto debe trabajar y aprender a explotar. En este caso el atributo del reflejo (ya sea del mármol, del vidrio, del cromo, del agua o del acrílico) es la característica utilizada para los propósitos de cada arquitecto y que al final se resumen en uno mismo: el delimitar y confeccionar un espacio.
Como ya lo ha dicho atinadamente Josep Quetglas, el espacio del pabellón queda retenido por la geometría, pero no una geometría de relaciones físicas, de proporciones o modulados, sino por una geometría de evocaciones, de percepciones, de referencias.
Con esta sencilla intervención SANAA reinterpreta y potencia la idea original del pabellón de Alemania, y convierte la experiencia de habitarlo en algo nuevo, un espacio familiar vivido de manera distinta, un nuevo recorrido con nuevas fugas visuales y relaciones espaciales anteriormente inexistentes, todo esto conseguido, en palabras burdas, a través de una simple espiral de acrílico.
Esta instalación nos recuerda y reivindica aspectos esenciales y primigenios de la arquitectura, muy a menudo olvidados hoy día, nos habla de su universalidad en tiempos que apuestan por la singularidad, que muchas veces suele ser un distintivo tan pobre como el de simplemente basar la originalidad de un edificio en el uso de un “nuevo material”.
La grandeza de este arte no puede alcanzar su expresión materialmente, sino que actúa con medios que nos afectan aún más profundamente […] Sólo la presentimos, pero prendidos en su encantamiento. Creemos en ella como algo maravilloso. Peter Behrens 1908.